(Manifiesto publicado en el Diario Página Siete en fecha 22 de abril de 2018 en el contexto del lanzamiento del primer Diplomado de Humanización de la Salud que no tuvo apertura en aquel momento)
Nos deshumanizamos cuando no prestamos atención a nuestro cuerpo, a nuestras emociones, a nuestra búsqueda existencial y a nuestras relaciones. El tema de deshumanización está presente en cada momento, desde el alimento que ingerimos en la mañana, hasta la pasividad con la que observamos la dificultad que tienen las personas con discapacidad al cruzar las calles entre la falta de empatía de las bocinas y las aceras sin rampas.
Existimos en un sistema de salud que nos obliga a no mirar nuestras dolencias porque enfermarse cuesta. Cuesta dinero, cuesta amaneceres, cuesta largas filas para sacar un turno, cuesta el soporte del apuro en la atención, cuesta el silencio ante la soberbia de quienes tienen el poder del conocimiento en sus consultorios. Cuesta guardar el miedo y la rabia en los pasillos de un hospital, porque no tenemos derecho de gritar, porque se nos ha prohibido ejercer nuestras emociones, por miedo a ser abandonados y sentirnos culpables por nuestros dolores.
Condenamos a la muerte como si fuera nuestra enemiga, la excluimos de nuestras reuniones cotidianas entre familiares, amigos y colegas. Está prohibido dejarse vencer, pero también está prohibido luchar, porque el sistema no nos ofrece las armas del combate, la lucha es una pérdida anticipada cuando no contamos con los recursos para la batalla.
En nuestro país la condición de terminalidad no es sólo la consecuencia de la enfermedad, es también la consecuencia de la pobreza. Quienes tienen la suerte de tener un seguro de salud, deben aceptar el silencio de las condiciones. Sólo quienes tienen el dinero necesario pueden ser atendidos en consultas privadas o, en el mejor de los casos, acceder a una clínica en el exterior.
Los profesionales tenemos que sumarle, a esto, el miedo que tenemos de escuchar las dolencias del alma. No estamos preparados para mirar nuestras heridas, porque hacerlo implicaría encontrarse con las heridas del otro. Hemos aprendido que no es bueno involucrarse, porque involucrarse tiene un costo emocional que no hemos aprendido a manejar. Estas cuestiones humanas no se aprenden en la universidad, porque la academia no ha incorporado en su saber racional y científico, este otro saber que es el emocional y el existencial.
Estamos en un tiempo de visibilizar nuestra humanidad, de recuperar nuestra naturalidad, de reaprender nuestra condición de solidaridad con el otro y con nosotros mismos y volvernos agentes de cambio.
Por ahora queremos soñar, porque el sueño no tiene costo y nos permite mirar nuestros deseos. Soñamos una sociedad que se acerque a nuestro ser y no sólo se aleje de nuestra enfermedad, que no nos ponga etiquetas ni estigmatice nuestras dolencias, que nuestra locura, nuestra malformación, nuestra discapacidad, nuestra enfermedad y todo lo que suele rechazarse, salga del escondite y se extienda a la felicidad.
Soñamos con un sistema que comprenda que todos los seres humanos tenemos una parte herida pero también una parte sana. Y que podemos tomar decisiones a pesar de nuestra enfermedad, queremos que se aplique el principio de nuestra autonomía y que se respeten nuestras creencias. Pero también queremos comprender nuestras dolencias, estar bien informados para poder tomar decisiones.
Soñamos con un sistema que reconozca a las y los profesionales que humanizan cotidianamente la atención hacia las personas que están atravesando un problema de salud, que los acompañan y los atienden más allá de su enfermedad. Aquellos a los que les basta la sonrisa, el agradecimiento y el abrazo del paciente y su familia.
Un sistema que crea en el potencial de las personas, que promueva la bioética y dote de herramientas para afrontar los conflictos que se presentan cotidianamente. Necesitamos recuperar la esencia del voluntariado, borrando el paternalismo por la solidaridad, el compromiso y el aprendizaje.
Creemos que es urgente empezar a cuidarnos, a humanizarnos con nosotros mismos, a atender nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestro sentido de vida. Necesitamos aprender y enseñar a naturalizar el contacto con nuestro cuerpo, a conocerlo y atenderlo.
Esperamos que existan leyes que nos protejan del abandono del estado y de la negligencia de la atención, que dejemos de sufrir injusticias visibles e invisibles, que se pueda atender a tiempo nuestras demandas y que condene a los que han hecho un negocio de la enfermedad y el sufrimiento.
Queremos que en las historias clínicas esté registrada la evolución de las enfermedades sociales como la soledad, el abandono o el maltrato.
Soñamos con que se nos evalúe los otros signos vitales que le dan sentido a nuestra existencia como el amor y la fe. Urge la necesidad de tener un protocolo de relaciones humanas y comunicación, y que nuestras familias sean parte del equipo, porque son nuestros cuidadores principales y porque su presencia también es curativa.
Queremos estar acompañados y sentirnos escuchados en la cama de un hospital o en la silla de un consultorio Que las personas dejemos de ser llamadas por el número de una cama o por la enfermedad. Que dejemos de percibir a los centros de salud como lugares amenazantes y se conviertan en lugares hospitalarios, donde podamos sentir la seguridad que sólo la confianza nos otorga.
Creemos que es una tarea de todas y todos, de la sociedad, del estado, de quienes gestionan la salud, de profesionales, de familiares, de personas enfermas y por supuesto de quienes ejercen la enseñanza, desde las escuelas hasta la universidad.
Es así que en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UMSA, nace la iniciativa de hacer un diplomado sobre Humanización de la Salud, que nos brinde herramientas que incidan en políticas, gestión, atención y autocuidado de los profesionales involucrados, y que a partir de ello salgan agentes de cambio que promuevan la realidad de nuestros sueños.